Para muchos, el desarrollo industrial riñe con la naturaleza. Hemos estado acostumbrados a que el crecimiento de lo primero está ligado a la utilización indiscriminada de lo segundo que, a un ritmo acelerado y sin tiempo para ser compensado, termina por agotar los bienes que nos dan los ecosistemas. Sin embargo, esta aparente contradicción ha ido cambiando con el tiempo y un gran número de empresas, diseñadores, emprendedores e incluso bancos, definieron nuevas reglas del juego.
Reconociendo que ambos caminos son necesarios –tanto el industrial como lo medioambiental–, se pusieron la tarea de crear combinaciones. Explorar qué rutas se pueden encontrar desde los procesos industriales para disminuir el impacto sobre la naturaleza y garantizar la materia prima: pasando por la medición del impacto ambiental que tiene un producto, desde que nace hasta que se desecha, hasta la creación de mercados financieros que paguen por la reducción de emisiones.
Procesos que, necesariamente, van de la mano de la innovación. Según la ONU, usar los recursos con mayor eficacia implica adoptar nuevas tecnologías, tener procesos industriales más limpios, aumentar la investigación científica, aumentar el acceso a la información y promover un entorno normativo que busque la diversificación industrial y la adición de valor a los productos básicos.
Una serie de medidas que, en otras palabras, buscan disminuir la brecha entre la industria y el medio ambiente. Que crezca ese mercado de consumidores, cada vez más grande, y que está dispuesto a pagar más por productos o servicios que certifiquen tener un menor impacto sobre la naturaleza. Mecanismo que no solo garantiza la salud de los ecosistemas, sino la generación de nuevos empleos y la inclusión de industrias jóvenes.
De hecho, según la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Onudi), “la industria es una fuente importante de empleo digno, que contabiliza casi 500 millones de empleos en todo el mundo, o casi un quinto de la fuerza mundial”. Por ende, apostar por este objetivo también es una forma de combatir la pobreza.
El potencial de las industrias sostenibles en Colombia
Aunque en Colombia son varios los frentes que lideran el desarrollo de industrias sostenibles, la Dirección de Negocios Verdes del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible tiene una buena “paleta” que permite medirle la temperatura al país en este tema.
Según su Portafolio de Bienes y Servicios y Negocios Verdes, estas iniciativas se clasifican en tres grandes grupos: Bienes y servicios de los recursos naturales, Ecoproductos industriales y Mercados de carbono. En el 2015, el Ministerio contaba con 268 de las primeras y 63 de las segundas. Esto sin contar con que la semana pasada comenzó a operar el Mercado Voluntario de Carbono Colombia en la Bolsa Mercantil, una plataforma que les permite a las empresas adquirir bonos o “créditos” de carbono para compensar las emisiones de gases efecto invernadero que producen.
Entre los distintos criterios que deben cumplir las empresas para llegar a esta lista, explica el Portafolio, están la viabilidad económica, el impacto ambiental y social positivo, la reciclabilidad de los materiales, sustitución de sustancias o materiales peligrosos y el enfoque de ciclo de vida del bien y servicio, entre otros.
Una estrategia para medir este último criterio es el Análisis del Ciclo de Vida (LCA, por sus siglas en inglés), un proceso en el que evalúa la cadena de valor de un producto o servicio para conocer cuáles son los puntos críticos. “El LCA da una visión global de las múltiples emisiones, recursos utilizados y desechos que están asociados a un producto o servicio para tener hechos científicos sobre los impactos ambientales que nos permitan tomar decisiones informadas”, explicó a El Espectador Simon Gmünder, representante en Latinoamérica de Quantis, una consultora internacional que apoya a las empresas a medir, reducir, gestionar y comunicar su impacto ambiental.
Lo simple de la innovación
Romper los paradigmas es uno de los desafíos que más les cuestan a las personas: implica tiempo, nuevas generaciones y una predisposición al cambio para abatir el escepticismo de la mayoría. Pero, afortunadamente, siempre se pueden encontrar esos “catalizadores”, ideas o tecnologías que le dan vuelta a “la forma usual” de hacer las cosas para que el futuro que muchas veces pronostican no sea tan desalentador.
Este es el caso de Zero Emission Research Initiative (Zeri), una iniciativa creada por el economista Gunter Pauli en 1994 y apoyada por Naciones Unidas, con la que se busca dar soluciones los problemas de la humanidad a partir de la naturaleza. Todo partiendo de la idea de “cero desechos” y “cero emisiones”, pues dentro de la lógica de Pauli, todo es valioso. En otras palabras, lo que plantea el proyecto es el rediseño de la producción y el consumo inspirados en los sistemas naturales: no en lo que podemos extraer de estos, sino en lo que podemos aprender de cómo funciona.
Para entenderlo de una forma más simple, tal vez no hay mejor ejemplo que el que repite en sus conferencias: “¿Por qué los pájaros se posan sobre las cebras?”, se pregunta. “Porque es una perfecta fuente de ventilación. Desde pequeños nos enseñaron que el negro atrapa el calor, el aire sube y hay baja presión, mientras con el blanco sucede lo contrario, entonces el pájaro puede encontrar una buena temperatura”. Continúa: “Solo jugando con estos dos colores en el exterior, en una casa en Tokio, logramos reducir la temperatura interior en 5 grados. No necesitamos calefacción o aire acondicionado… Las leyes de la física no tienen excepción y esto es ser sostenibles”, concluye.
Otro de los líderes que han rastreado formas innovadoras de ser sostenibles, es la alianza hecha por la NASA, Usaid, Nike y el Departamento de Estado de Estados Unidos. Una mezcla inusual de aliados que crearon la iniciativa Launch, en 2009, en la que reúnen, a través de una red, a las personas que están buscando respuestas a estos desafíos.
El proyecto Ambercycle, por ejemplo, que fue reconocido en 2013 como una de las diez mejores innovaciones, es una tecnología que uso la ingeniería genética para modificar enzimas para que fueran capaces de degradar botellas de plástico. De hecho, por medio de este proceso lograron transformar el plástico PET en PTA: la materia prima del poliéster, que luego puede reutilizarse en ropa o para la construcción de carros. En palabras más simples, lograron transformar el plástico en ropa.
Por su parte, la iniciativa QMilk, que hace parte del mismo listado, reúne la leche que ya no es apta para consumo humano y la convierte en un biotextil que reemplaza el algodón. Una estrategia que no sólo reduce un problema de desechos, sino que ayuda a que menos hectáreas de bosque sean devoradas para plantar algodón.
Estas ideas, aparentemente tan simples, dan claves importantes de cómo se puede empezar a replantear la industrias, pues como bien lo advierte Onuid, “exigir que se elija entre crecimiento industrial y sostenibilidad es, por lo tanto, el enfoque equivocado. Es la transformación en los procesos de producción y los modelos comerciales, acompañada de la correcta elección de las tecnologías, lo que presentará las soluciones a los abrumadores desafíos medioambientales de nuestro tiempo”.
, ELESPECTADOR.COM – Medio Ambiente,
Empresario Colombiano Morales Fallon Gabriel Ricardo
Gabriel Morales Fallon trabajando por el medio ambiente